Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

miércoles, 30 de junio de 2010

La mosca cojonera







     
   La mosca cojonera es un bicho impertinente, de mirada huidiza y hostil que después de remolonear cual biplano volador alrededor de su presa, se posa sobre ella endiñándole con voracidad su picotazo. Es desagradable por naturaleza y jamás siente empatía hacia sus congéneres, muy al contrario es dada a las bravuconadas de carácter poco educado y pendenciero y se encuentra en los lugares más insospechados aunque si algo hemos de anotar en su haber es que se la ve venir desde la distancia y jamás oculta sus malsanas intenciones.
     
   Ya he comentado en alguna ocasión con anterioridad mi dedicación profesional al difícil arte de la restauración y la hostelería y es en este hábitat donde más especímenes de esta ralea suelen morar y aposentarse.
   
   Para todos es humo evaporado la pasada Semana Santa. Como cada año llegó y se marchó dejando sumidos en la amargura a todos aquellos que esperaban su disfrute como agua de Mayo en el desierto. Como no es mi caso, ya que quien subscribe carece de esa suerte, la de días de asueto y meditación, me limité como cada temporada por estas fechas a descansar la jornada que tenía asignada, en esta ocasión Jueves Santo; y me reintegré nuevamente a mi sufrido puesto de trabajo, que tiene la fatalidad de estar situado en la dirección que a Madrid lleva de vuelta a todas las moscas cojoneras que regresan a sus guaridas. Vuelven de muy mala leche y con el carácter enrarecido, los exiguos ahorros de que dispusieron para el disfrute vacacional mermaron hasta quedar bajo mínimos y en los bolsillos de sus pantalones solo tiene cabida el aire que acompaña a las tarjetas de crédito sin saldo.
     
   Y aquí precisamente empieza el baile. Estamos en Domingo, de Resurrección para más señas, tres de la tarde, restaurante hasta la vara, voces de todos los tonos, bellos donceles depilados, calvos de barriga prominente, señoras de pellejos estirados, atractivas doncellas veinteañeras, y todos, absolutamente todos, quieren comer y beber a la vez y cada uno por separado clama al cielo desencajado que él y solo él llego en primer lugar y debe ser inmediatamente atendido. Hasta aquí  el retrato de lo que pudiera parecer una película de Berlanga, todo normal y lógico. Quien esto escribe lo toma con calma y primero sirve a uno y después a la otra, que una vez ven colmadas sus apetencias se despiden de buen rollo y parten hacia su destino.
     
   Pero he aquí que, cruel desdicha, en ese preciso instante llega el temido momento en que hace su aparición la mosca cojonera y lo peor es que no viene solo, lo hace acompañado de un enjambre de sutiles abejorros. El tuerto, que soy yo, tiene más costras que un galápago, por ello se acerca con cautela a preguntar que van a tomar los señores. El enjambre, compuesto al menos por diez abejorros apareados, o sea machos y hembras, no hace ni puñetero caso y el uno “paca” y la otra “palla”  se pierden entre la multitud que ruge despavorida. Solo quedan dos, los mas tontos, que empiezan a pedir dubitativos lo que piensan consumir, que vienen a ser diez bocadillos y diez latas de refrescos variados. El tuerto sirve las latas y pide en cocina los correspondientes bocatas  y entretanto llegan otras dos moscas del mismo enjambre que piden tres bocadillos mas, de tortilla española para ser conciso y exacto. Cuando el enjambre se reúne, el sufridor llega con los  tentempiés y el grupo de moscardones pone cara de perplejidad y asombro. Pregunto que ocurre y de inmediato aflora la abeja reina, macho él, bien “plantao” y muy “tirao palante”, que mirándome de arriba abajo cual gusano de seda sin capullo, me indica que esté mas pendiente de lo que hago, conminándome además a que sea mas amable con los clientes y sirva lo que me han pedido. Le rebato y le explico que los bocadillos que tienen sobre la barra, no son otros que los que ellos mismos pidieron y si lo hicieron por dos veces, evidentemente no es mi problema y aun así desisto  de continuar tan banal disputa y opto por retirar lo “sobrante”, mas la ira de la mosca cojonera se a desatado hasta límites insospechados, me vocea, me increpa, mientras el tuerto con tranquilidad le observa la tez barbilampiña y veinteañera. No contento con la diatriba, asegura que de inmediato realizará una llamada a ¿consumo? Y el tuerto, que a estas alturas esta mas frito que un chicharrón, le mira fijamente a los ojos y le dice: ¿”Todavía no te has enterado, de que es Domingo, de Resurrección y los señores funcionarios llevan días tocándose las pelotas? La última expresión no sale de mis labios, la pienso y aprieto los puños, llamo a una compañera y le pido que termine de atender al enjambre de moscardones para evitar males mayores y el tuerto humillado por un niñato a quien dobla con creces la edad, derrotado y ofendido aguanta las ganas de salir a la calle, coger a la mosca cojonera y decirle en la cara lo que piensa de él.
     
   Ha pasado la medianoche, cuando llego a casa roto por el cansancio y dejo que el agua caliente de la ducha empape mi cuerpo maltrecho y de nueva vitalidad a sus miembros desmembrados en mil batallas diarias. Siento que tengo apetito, me dirijo a la cocina y mientras preparo unos huevos fritos con patatas, pienso que después de todo no fueron tan malos estos días, ya que durante el transcurso de los mismos, tuve la grata oportunidad de conocer a una de las almas gemelas que comparte retazos de su vida en esta página. Solo por ello,  ya valió la pena que llegase la Semana Santa con su mosca cojonera. 


      


 
                                                                                                                                       


sábado, 19 de junio de 2010

Diez años sin tí.

   
Cuando me dispongo a escribir este texto, crece la incertidumbre de si es acertada mi decisión, o por el contrario, donde quiera que estés, me reprenderás con un cachete en el cogote, pero que le vamos a hacer, no puedo evitarlo. Hoy no puedo dejar que tu perenne recuerdo se me vaya de las manos y por ello quiero clamar al mundo que sigo añorando a mi querido amigo Rafael. Siempre fuimos uña y carne a la vez que aceite y agua, con nuestras diferencias, nuestras contrapuestas posturas y esa forma vital de entender la vida. Éramos a la vez hijos del mismo germen, almas que se encontraban, corazones que compartían las canciones de Serrat y Sabina, los solos de trompeta de Louis Armstrong, la voz quebrada de Cohen, la melancolía de Humet, los libros de García Márquez, Delibes, Vargas Llosa y la pasión desmesurada por nuestro Atlético de Madrid eran motivos de un sentimiento, maneras de entender cómo se debe y se tiene que vivir.
     ¿Recuerdas?, estábamos meses sin vernos y al reencontrarnos un abrazo marcaba el principio de una charla interminable que podía durar horas, sin que nada se interpusiese en el lento discurrir del tiempo, desmenuzábamos los avatares acontecidos, rompíamos barreras inexistentes y quedábamos invariablemente emplazados para tomar nuestros vinos en el Botas. Y todo se truncó de la manera más cruenta. Un maldito anochecer de septiembre del 99 al volver a casa, Carmen me dijo lo que sabía que me arrancaría de un tajo las entrañas; y después la nada, la desesperada esperanza de una curación imposible, el anhelo de un milagro inesperado, total, nada de nada.
Desde que te fuiste te llevo clavado en el corazón, perenne en mi recuerdo. Y ahora, con el dolor mitigado por el paso del tiempo, he aprendido a quererte desde la añoranza, a recordar todo lo bueno compartido, y a poder hablar de ti con una sonrisa en los labios sin que las lagrimas inunden mis ojos. Porque eras todo bondad, buena persona y amigo de tus amigos. Por ello y solo por ello, donde quiera que te halles, que a buen seguro, será lugar placentero, un te quiero y un abrazo, “compañero del alma, compañero”.




                         AMIGO
A Rafael Gracia, mi buen amigo, mi hermano

¿Que tendría que hacer para tocarte?
para sentir, que no te has ido y que me esperas
para creer, que volveremos a encontrarnos
en la barra de algún bar, entre chatos y cervezas.
Como decir también, que estoy sin rumbo
que huérfano y perdido, no me encuentro
que no logro entender, ni asimilo tu partida
que te llevo prendido en la memoria, en mi recuerdo.
Como no rendirme a este vacío, en el que nada me conforta
donde vago desolado, derrotado y sin consuelo,
como puedo escurrir del alma esta gran pena,
que me estruja, me ahoga y lentamente me devora.
Voy andando por las calles que eran nuestras
y te veo apareciendo en las esquinas,
la sonrisa en el rostro, el verbo claro
y no puedo entender, amigo mío
que tu aliento, se haya ido de mi lado.
Como poder decir también, que eras tan grande
de palabra sencilla, sincera y abundante
de profundos sentimientos, alegre, tan humano
servicial y fiel amigo, abierto y tolerante.
Como tener que renunciar, a no esperarte
al mediodía, en la plaza, en los portales
a charlar en el Catorce, a los vinos en el Botas
a ir, dando bandazos, los dos juntos por los bares.
A los días de invierno y sus mañanas
magdalenas en el puesto, cafés en la Campana
charla amable, afable compañía
alegría de vivir, campanillas en el alma.
Como tener, que dejar de compartir
las canciones de Serrat y de Gardel
de Louis Armstrong, del Humet y de Sabina
como voy a tener que resignarme a abandonar
tanto hilo común, tantos días de vida compartida.

Cuanto daría, mi querido amigo Rafael
por no tener que añorarte mientras viva.



     



lunes, 7 de junio de 2010

El tiempo roto


      

Cuando se enciende la luz de la cocina un velo de penumbra penetra en el dormitorio y me despierta. El letargo del sueño invade todo mi ser y apenas puedo entreabrir los ojos para mirar con pereza el reloj que reposa con su monótono tic-tac sobre la mesilla de noche. Son las siete de la mañana y es la hora a la que mi madre se levanta cada día para realizar los quehaceres cotidianos de la casa. Empezará por barrer y fregar la cocina de verano que llamamos de esa manera porque en invierno un frío propio del Polo hace inviable su habitabilidad. Es en esta dependencia donde se encuentra el infernillo de petróleo, no es este tiempo aún de calentadores de butano ni canalizaciones de agua potable, donde se calienta el agua mientras despide un olor apestoso a combustible que inunda sin piedad cada rincón de la casa.  Y ya debe de estar encendido porque un hedor pestilente penetra en el dormitorio mientras el agua debe de haber empezado a hervir en una lata que en su origen contuvo aceitunas de Jaén. Cuando termine con la cocina seguirá mi madre con la misma tarea en otra estancia de la casa donde solemos comer y que también llamamos cocina aunque en contadas ocasiones se elaboren guisos en ella. Después le tocara el turno al desangelado comedor, por denominarlo de algún modo, que precede a la estancia donde está ubicada la peluquería, que será, mientras se alzan de la cama los integrantes del clan, la última dependencia que de momento arreglará. Después, de manera invariable, encenderá el brasero de picón y lo dejará un buen rato en la terraza, al aire libre, para que prenda bien y no de tufo que es como se denomina al humillo que a veces desprende provocando entre los que se calientan en la mesa, entre cabrillas y vahídos, vómitos incontenibles y terribles dolores de cabeza. Por último cogerá la bolsa de la compra y partirá sin dilación hasta el flamante mercado que hay en la plaza para ser atendida la primera porque a las nueve debe de tener abierta la peluquería. Lleva inaugurado desde el año 1961, lo han edificado sobre el conocido Bar de La Campana y en él se han concentrado todos los vendedores ambulantes que con sus puestos callejeros proliferaban otrora por el pueblo a quienes han dotado de agua potable y hasta cámara frigorífica. En el venden los hortelanos del pueblo sus mercancías. En verano los pimientos, los tomates, las berenjenas y las frutas que la estación precise y en invierno, las cebollas, las espinacas, las acelgas, las zanahorias y todo lo que se precie. En el momento en que oigo como se cierra la puerta y escucho los pasos lejanos de mi madre bajando aprisa la escalera soy consciente de que me quedaré de nuevo dormido puesto que hoy, que es viernes, no hay escuela porque se celebra la fiesta de San José de Calasanz y mañana, que es sábado, tampoco, por lo que no existe la obligación de levantarse temprano.
     Son más de las nueve de la mañana cuando la voz de mi progenitora se escucha a través del ventanillo apremiándome para que me levante porque tengo cosas que hacer. Pongo los pies en el suelo y aun medio dormido me coloco con pereza la ropa y encamino mis pasos vacilantes a lo que dijimos cuando la historia del gallo que era el camarón y que como recordaran se trataba de un inmenso cuchitril donde se amontonaban todos los trastos que apenas se usaban en la casa. Así, trébedes, sartenes, tenazas, el lebrillo de ablandar el gallo y multitud de variados artilugios se mezclan con la palangana para lavarse, la tinaja que contiene el agua y el cubo donde se mea, con la particularidad de que, a su vez, son cosas normales en estos tiempos, es allí donde igualmente se lavan los vasos, los platos, las ollas, sartenes y demás menaje en un fregadero de madera con dos calderas de metal a cada lado.
     Orino, me quito las legañas lavándome como los gatos y le pido a mi madre cinco pesetas para ir a por churros a la Irene. Bajo las escaleras saltando de dos en dos los escalones y llego hasta el piso de abajo. Allí no hay vivienda. En ese lugar se encuentra, también lo hemos referido anteriormente, el almacén de bebidas de Antonio Delgado y en él se venden cervezas Mahou, gaseosas de La Casera, refrescos de Pepsi Cola y de  la Mirinda, vino de los Moruscos  y todo lo que con respecto al beber y sus cuestiones pueda resultar imaginable. Antonio siempre lleva un cigarro, que llama breva, colgando de la comisura del labio inferior y todos los pitillos que se fuma, que son casi incalculables, los lía a mano con una destreza inusitada.
     Salgo a la calle y deduzco, por las boñigas humeantes que adornan la calzada y que deben de pertenecer a las mulas de Los Peñuelas que diviso más abajo tirando del carro, que hace un frio de mil demonios. Llego a la esquina de la Calle Real, a la vera de la casa de Los Toledo, y contemplo a Pablito el Municipal dirigiendo, sobre una plataforma diminuta, el tráfico de carros, bicicletas y demás aparatos rodados. Algún coche, como el Gordini de Francisquillo y el 850 Coupe de Canalones, con el que dicen que ha viajado incluso a Francia, asoman también por la transitada calle e igualmente se divisa a lo lejos, así como en lontananza, el carruaje de caballos de Don Juan Amorrich. Cruzo la calzada mientras observo como ya hay cola para la consulta de Don Deogracias Megia mientras corro veloz por la acera donde tiene su tienda de confección Miguel Matute Valcarcel. En la siguiente esquina, y en la acera de enfrente, está la zapatería de Angelito y más adelante la farmacia de los Queros y la tienda de Virtudes Malagón. Ya he llegado a la intersección de calles que en el pueblo conocemos como La Puente. Allí tenemos la mercería, que a su vez es estanco de tabacos, de Antonio Laguna, la carnicería de Pote, la tienda de piensos y ultramarinos de las hermanas Malagonas, la navajería del Pinerillo, el estudio fotográfico del Canario y la tienda de Santiaguillo donde se venden todo tipo de artículos alimenticos y pescados frescos que se dice vienen hasta de ultramar. Veo en la puerta la bicicleta aparcada de Cortes, que es el muchacho que reparte a domicilio lo que se vende en la tienda, y observo igualmente, como puestos a secar al sereno, porque el calor huelga por su ausencia, un par de cajones vacios que contuvieron sardinas y justo entonces empiezo a gozar de un olor a churros que impregna como un apetitoso perfume el are gélido de la mañana.
     Ya he llegado a la churrería y compruebo gustoso como solo hay un par de clientas delante de mí. Observo feliz que hay suficiente masa en el lebrillo y ello me hace pensar que habré de esperar poco tiempo para retornar feliz a la guarida y poder degustar los churros. Me llega con premura el turno y entrego la moneda de cinco pesetas a la muchacha, de brazos orondos y carnes apretadas, que ayuda a la Irene en este sabroso quehacer y que presta echa mano a la churrera que llena de masa con una cuchara de palo. Aprieta con destreza y un chorro caudaloso de masa blanca cae sobre la caldera chisporroteando sobre el aceite hirviente y poco tiempo después, con una habilidad extraordinaria, da la Irene la vuelta a la rosca y, visto y no visto, echa mano de un par de palos, que se ven más negros que la faz del famoso Machin, y cogiéndola con un palo por cada lado la coloca hábilmente sobre la mesa de chapa que sirve para este menester, pasa un junco por el centro y me la entrega mientras el olor que desprende hace que me bailen en un mar de desenfreno todas las papilas gustativas.
     Pongo los pies de nuevo en la calle y escucho un silbido familiar a mis espaldas. Me doy la vuelta y observo a mi padre que, con el mandil cosido de rajas casi centenarias, me reclama desde la puerta de su taller de zapatería. Es un hombre cercano a los cuarenta, a quien jamás he visto sin bigote, de mirada penetrante y cojera impenitente. Cuando llego hasta el taller ya ha desaparecido en su interior. Paso dentro y una mezcla de olores que me resultan harto familiares penetran por mi nariz; son los tufos propios desprendidos por pegamentos, cueros y gomas de suelas y hedores propios que segrega la montaña de calzado, que a saber que pies calzó, apilada en un rincón. Me da un beso, coge un pedazo de churro y yo observo ensimismado, por milésima vez y serán pocas, la herrumbre que cubre las paredes ennegrecidas por el polvo que desprenden las gomas de las suelas al ser lijadas en el motor. En una de las paredes esta clavado como a perpetuidad un cartel impreso del Fuero del Trabajo que promulgado en 1938 dictamina los derechos y deberes de los trabajadores en la España franquista. Mi padre me ordena que vuelva más tarde por la zapatería porque tengo que hacer el reparto de zapatos de los clientes con “más clase y condición”. Protesto airadamente porque ayer quedé con mis amigos para jugar un partido de futbol en las eras del Palomar contra Los Negritos que son los que viven por el barrio de San Roque. Al final, como casi siempre porque el hombre es blando y me lo camelo, mi padre accede a que posponga el reparto y parto feliz con la rosca de churros y un solo pensamiento en la cabeza: jugar el partido y, lo que se me antoja más difícil, ganarle de una puñetera vez a los negritos,
     Llego a casa, cojo el bote que usamos como azucarero y vierto un buen puñado de azúcar en un plato de loza que está pegado con pegamento  justo por su mitad. Mojo en la montaña blanca de azúcar, es algo muy usual en este tiempo, la punta del churro caliente y un placentero gusto recorre mi escueta osamenta mientras observo a través de los cristales de la puerta la llegada de mi amigo Rafa “El Tortero” que es el más tierno infante del grupo y viene a decirme que el esperado partido contra Los Negritos no se va a celebrar porque argumentan los muy miserables que no somos rival de entidad para medirnos contra ellos. Cabizbajos y contrariados salimos los dos a la calle y observamos a lo lejos y por la calle de San Marcos, que viene a ser cuesta abajo, sin control, puede que hasta sin frenos y a toda velocidad a Cesitar “El Breva” sobre su adorada bicicleta. La calle Inmaculada sigue con la zanja abierta y a ella caen una vez más El Breva, la bicicleta y hasta la lechera, que en esta ocasión iba llena. Lo primero que pensamos, otra vez, es que Cesitar habrá fenecido. Asustados nos asomamos al barranco y le vemos aparecer, empujando el velocípedo,  lo mismo que un espantajo, de la montaña de barro. Pensamos que  tiene siete, o más vidas, como los gatos, mientras le vemos desaparecer como una flecha a lomos de su maltrecha Babieca y nos quedamos sentados en el umbral de la puerta del Casino, pensando en las musarañas y si saber muy bien lo que hacer. El cielo se va tornando de un gris vestido de plomo que amenaza lluvia y empiezan a caer las primeras gotas. Me vuelvo hacia Rafa y le veo, como tantas otras veces, con las gafas de pasta unidas en el puente por un gran trozo de esparadrapo. Ya dice la Rafaela, que es su querida madre, que esta criatura necesita anteojos nuevos cada semana en vista de lo cual hay que ir reparando los que remedio puedan tener.
     En ese preciso momento todo se difumina. Abro los ojos y veo como rayos de luz penetran a través de la ventana. Meditabundo, miro a mi alrededor y como tomando tierra, despacio, muy lentamente, cobro conciencia de que todo ha sido un sueño, una quimera que me ha trasladado a un retazo perdido de mi niñez. Con nostalgia y velos de tristeza pienso en mis padres que partieron hace tiempo hacia otros mundos y en  mi amigo Rafael que les acompañó demasiado pronto a los mismos remotos lugares y solo entonces soy consciente de que casi cinco decenios separan el reciente sueño de la verdadera realidad de mi existencia.


     

    










sábado, 5 de junio de 2010

El cantor de la verdad



   


Cantó al llanto de los pobres, a la riqueza pobre de los ricos, al pobre peón del campo, a todo aquel que sufría sobre la capa de la tierra que trabajaba con abnegación. Fue el trovador de la verdad y por ello, nunca se llegó a saber con certeza, si fue asesinado mientras atravesaba su amada tierra argentina cabalgando a caballo. Sirvan estos versos originales de Atahualpa Yupanqui, vigentes después de décadas escritos, de rendido homenaje a la persona de Jorge Cafrune. Tengan paciencia, es largo. Pero por favor escuchen y piensen.



jueves, 3 de junio de 2010

Estas Manos












¿Habéis pensado alguna vez lo que nuestras manos hacen día a día por nosotros?. Las portamos durante toda una vida y son elementos insustituibles de emociones y sentimientos. Con ellas dijimos adiós al amigo que se iba, acunamos el sueño del hijo recién nacido y nos apoyamos en el bastón que habrá de conducirnos por la senda de la futura vejez. Sirvales este canto del gran Cabral de rendido homenaje.














No soy de aquí.


         







 Lo mejor de la vida evidentemente es vivirla y para hacerlo, nada mejor que detenerse en las cosas sencillas. Esas a las que aparentemente no damos importancia. Esas que cuando se van nos dejan sumidos en el abatimiento y la tristeza. Esas son las cosas de Facundo Cabral. Escúchenlo.



martes, 1 de junio de 2010

Poema 20 de Pablo Neruda







Preguntadme que es lo que entiendo por belleza y os diré que la palabra echa verso. Si además los versos son elevados a la categoría de sublimes entre nubes musicales de espuma blanca, la felicidad plena del ser está servida. Escuchadlo y lo juzgáis. Grandioso Paco Ibañez poniendo música al gran Pablo Neruda.



Palabras para Julia

 













 No existe mayor belleza que la expresada a través del sentimiento que nace de las cavernas sutiles del amor y la palabra. Una muestra clara es esta maravilla poética que escribió José Agustín Goytisolo y que solo la voz plagada de matices por mil noches de farra y humo bajo la cobija de bares y estrellas de Paco Ibáñez podían llevar a buen puerto. Disfrutémosla.