Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

miércoles, 26 de diciembre de 2012

La vida te da sorpresas.






    Rescató su corazón de los anaqueles de la miseria un martes de cuaresma. No vayan a pensar que se hizo rico con la herencia de algún antepasado antillano o le tocó, como a modo de carambola, un boleto de la lotería primitiva. Muy al contrario, lo que le vino a ocurrir discurría por el lado opuesto de la vida, ese por el que transitan todos aquellos, que, sin patria ni bandera, duermen bajo el techo de cristal de las estrellas. Ocurrió que su amada gatita de angora lo puso de patitas donde cantan los serenos, hastiada, así se lo hizo saber, de pagar la manutención y los antojos de un zángano improductivo.

   Hasta ese momento la existencia de Carlitos Pachín había sido un ir y venir de exquisiteces, de primores cuajados y caprichos, con los que la hija del poderoso diputado Romero le había satisfecho. Coches caros, viajes alrededor del mundo y el mejor palco en la Opera de Viena, aunque la cuestión del bel canto le viniese como larga y un sopor traducido en sueño le afectase de forma irremisible cada vez que oía a sopranos y tenores entonar sus enfebrecidas trovas.

  Cómo entonces era posible, se preguntaba, borracho y entumecido, que un banco mísero del Parque Municipal hubiese sido, por primera vez, lecho y catre donde descansar su hasta hace poco preciada osamenta. De qué manera, se decía, podría ser capaz de asimilar que de golpe y porrazo, sin aviso previo, aquella niña de papá que decía querer quererle hasta la muerte le había dejado a la luz serena de las estrellas con lo puesto, que no alcanzaba a otra cosa que un buen traje de diseño, un móvil de última generación y una cartera en la que apenas se atrevían a asomar un par de billetes de veinte euros, exigua renta después de una noche de alcohol y lupanar donde ahogó en mares de Cutty Sark las recién estrenadas penas.

   Bien es cierto, atinaba a pensar, que las putas con sus farras se esfumarían con la guita y que todos aquellos que le habían lamido el culo hasta sacarle lustre no darían ni un inmundo chavo por él, con lo cual no era difícil cavilar que, dicho lo expuesto, sin oficio y menos aún beneficio, ni el camión de la basura habría de ofrecerle ni un puñetero jergón donde reposar sus maltrechos huesos.

   Por ello, y después de infinitas cavilaciones, llegó a la clara conclusión de que lo mejor era bajarse los pantalones, llamar a su ofendida dama y pedirle, aunque de rodillas fuera, que le dejase volver al abandonado lecho de amor donde tantas y tan variadas veladas habían compartido para su gusto y deleite. Así, con el nudo de la corbata desatado, la barba asomando a raudales por la tez congestionada y los parpados surcados por cercos de negras ojeras, entró en la primera cabina telefónica que encontró en su camino y marcó, entre un mar interno de temblor e incertidumbre, el conocido número telefónico de su amada damisela con la certeza de que si usar usaba el suyo propio, esta, no habría de dignarse ni al hecho simple de descolgarlo. Tres pitidos con sus pausas y al momento la voz mecánica del contestador que le instó a no molestar ni una sola vez más a la señora.

   Al cabo de algunos días desistió Carlitos Pachín en su empeño de recomponer aquel amorío roto. Tan solo logró de la que había sido su amada una maltrecha maleta que hubo de salir disparada por el balcón señorial situado entre las ventanas de la que había sido su venerada mansión. Así, después de deambular sin horizonte alguno por calles y callejones, hubo de encontrarse a la puerta conocida del Café de Nicanor donde recuperó su viejo escaño de contertulio entre los que venían de vuelta en los avatares y sucesos que acompañan el vivir con sus asuntos.

  Desde entonces, y ha transcurrido un tiempo,como bien dice el recetario sabinero:”espejismos rosicleres ya no le fruncen el ceño, ni le cobran alquileres las mujeres que olvidó, bajo el sol que le apuñala vive sin patria ni dueño, como el aire lo regalan y el alma nunca la empeña, con las sobras de sus sueños le basta para comer.

   De que voy a lamentarme, piensa, si bulle la sangre en mis venas y cada día al despertarme me gusta resucitar. A quien quiera acompañarme le cambio versos por penas, porque intuyo y tengo claro, ¡las vueltas que da la vida!, que bajo los puentes del Sena de los que cambian de norte se duerme sin pasaporte y está mal visto llorar”.

   Una vieja canción de Sabina me dio la idea y fue el hilo conductor de esta historia que hace bueno aquel dicho que a venir dice aquello de que "en una vida hay muchas vidas"

 



martes, 4 de diciembre de 2012

De curas con sus haciendas


  
      
     

El día en que las beatas fueron en gloriosa procesión a Ciudad Real a visitar al señor Obispo permanece, a pesar de las décadas transcurridas, inalterable en mi recuerdo. Jugábamos en la calle, porque era muy sano, saludable y porque no había otra cosa, cuando vimos pasar ante nuestras narices, congeladas y con mocos que colgaban como estalactitas, un autobús, extraño artilugio en aquel tiempo de mulas y carros, cargado de benditas y cándidas matronas dispuestas a viajar hasta el obispado, mientras cantaban el Pange Lingua, para defender hasta con capa y espada, si preciso fuera, la meritoria figura de Don Pablo, cura coadjutor de la parroquia, ante la repulsiva estampa del que era párroco, con el pelo de punta y cortado a cepillo, Don Antonio Moreno Maroto, del que aún me llegan las emanaciones que emanaban del confesonario cada vez que tener tenía que confesarme y que hubo de bautizarme y posar sobre mi boca de tierno infante la primera hostia consagrada que tome en comunión.

     Era Don Antonio clérigo a la vieja usanza. Sotana raída y cubierta de manchas, barriga prominente por el “ayuno constante” y con unos pensares que más se inclinaban hacia el Concilio de Trento, celebrado en la Edad Media, que hacia la modernidad que representaba el recientemente celebrado Concilio Vaticano II que había traído una ola de modernidad desterrando por siempre jamás de las Iglesias las misas en latín, innovación a fin de cuentas, a la que él tenía, o debía de tener, la misma consideración que a un santo Cristo con dos pistolas. Debió de ser por aquellos días de creciente aperturismo, aunque no lo fueren tanto, cuando se hizo famoso en el pueblo un grupo musical que respondiendo al nombre anglosajón de THE BLUMAN y formado, entre otros, por los hermanos Torosio, pusieron de moda, con la inestimable ayuda del presbítero renovador, el cantar en misa de doce a ritmo de rocanrol en lo que se hubo de llamar, y se llamó, misa yeyé. Imaginen, sin quebrarse la cabeza, con estos mimbres la que se montaba cada domingo con sus fiestas de guardar a la puerta añeja de la parroquia de La Asunción donde, como si de un concierto de Los Brincos se tratara, la gente guardaba cola a la espera de poder tomar asiento en los bancos de madera con la muy novedosa intención de ver ante sus pasmados ojos si era verdad aquello de que ahora se daban cantos y desmesuras donde antes solo asomaba el latín con sus gregorianos.

     Así las cosas, las melenas de los hermanos Torosio, y alguno más que mi breve memoria abandonó en el olvido, ondearon al viento cual bandera tricolor durante un tiempo que resultó ser breve. El que tardó en que se le inflara al menos un solo huevo al clérigo mandón de la villa con su escaso tropel de seguidores, más de derechas todos que Blas Piñar, a buen seguro del Opus Dei y con la mente anclada en los lejanos tiempos en que reinaba el rey Carolo. Por todo ello, y porque estos comportamientos eran como un aire nuevo muy mal visto por los poderes facticos del lugar, se avivaron las críticas y los descréditos hacían todos aquellos que los llevaban a la práctica con el apoyo inconmensurable del presbítero conservador y su rebaño de borregos que apoyaban con fe y hasta desmesura todo lo que hiciese volver a los que consideraban plebe a los tiempos recién olvidados del tentetieso y la oscurana. Así. y con esas, el populacho se empezó a fraccionar por los motivos más simples y banales en partidarios del uno y furibundos detractores del otro haciendo que las escasas aguas del lugar, antes mansas y tranquilas, empezasen a bajar revueltas y más aún cuando se supo que las fuerzas vivas del territorio, el cura, el poder civil y “la banda de cornetas” habían logrado que el obispo desterrase al cura provocador a otro lugar más alejado para quitarlo de en medio.

     Y fue entonces cuando, imbuidas por un desconocido ardor revolucionario, viajaron todas las excelsas mujeres de la villa y su contorno hasta la capital ciudadrealeña consiguiendo el venerable propósito de que su querido Don Pablo continuase con sus dotes de buen pastor celebrando la misa de cada día y fue también cuando ocurrió, poco después y en el regodeo inmenso por el éxito conseguido, que apareció un animal de raza felina, un gato negro sin más, ahorcado, no se recuerda bien si en la puerta de la casa del cura párroco o en un árbol que había cercano, con un cartel sujeto al pescuezo en el que podía leerse esta precisa y escueta sentencia: “Cura curato, si no te vas de este pueblo, te verás cómo este gato”.